Arturo Fuentes Cabrera
Arturo Fuentes Cabrera

CON ESTE PALO ME BASTO

Por treinta Amarguras más

Por treinta Amarguras más

Yace caído, abatido por el peso de la cruz, apesadumbrado pero sin bajar la vista al suelo, como queriendo morir de pie. Pero los pecados pesan más que la benignidad del hombre. Clava la rodilla en el barro y solo lo sostiene Ella. Callada, en un segundo plano, apaciguando el vaivén cotidiano en su entera Amargura.

Treinta años lleva suspirando la dolorosa de San Idelfonso, que un buen día cambió los aires del santo de Toledo por el portugués granadino. La de San Juan de Dios, porque así lo dice su título y porque así lo quieren sus hijos. Bendecida un día de San Valentín hace ahora treinta años. Cuantos santos para acompañarla en su dolor, en la agonía reciente de su corazón, en el postergado dolor de su conciencia. Como si todos ellos fuesen la nube que la sostiene y la eleva hasta el cielo.

La Amargura ha sido ermitaña, ha navegado en las naves del templo mayor de la ciudad. Ha sido amable huésped allá donde ha ido y es parroquiana de su barrio. Es una señora más de Villajovita. Tanto como aquellas que vivencian el día a día de su sociedad, de las que necesitan saber del devenir de sus vecinos, de las que guardan día a día aquello que sobra, que da hasta para comprarse una nueva casa y tener desde donde salir camino del calvario tras su hijo. Y, sobretodo, es la que más escucha, la que se entera de todo. Luego, se lo cuchichea a su hijo para que interceda por sus vecinos, los de puerta con puerta, los de la colonia Weil.

La Virgen de la Amargura ha adorado a un Dios con dos perfiles distintos, con semblantes encontrados, con un mismo misterio. En treinta años han llegado muchos hijos hasta sus plantas, pero ninguno se ha ido. Ni sus hermanos, ni sus costaleros, ni sus músicos, ni su barrio. Los ha visto nacer, los ha acompañado mientras crecían y, a algunos, se los ha llevado a la morada eterna donde habita el de la cruz en el hombro y la rodilla en tierra.

La belleza de la amargura está en comprender el misterio de su terrible trance y, para entenderla, no todo el mundo está preparado. Todo porque agoniza en requiebros de tristeza por el amor a un hijo. Pero pensarla te propone siempre un sentimiento que contraviene lo común. Te para a recapacitar, te invita a descubrirla. Toca con sus dedos el corazón para dar vida a aquella copla de Rafael de León que dice: “Mira como se me pone, la piel cuando te recuerdo”. Vive entre aquello que canoniza la belleza propia de una Virgen y lo que habita en el profundo desconsuelo de una Dolorosa. Un rostro oscuro, abatido, apuñalado de requiebros, amargado.

Su aflicción se nos ofrece a manos llenas siempre en San Juan de Dios. Nos regala  su desconsuelo eterno a cambio de que nosotros estemos bien, de que no nos preocupe lo mundano, de quitarnos los pesares de nuestras vidas. Todos se los queda ella, y por contra nos colma de alegrías, de confianza y de fe. Y todo a cambio de nada. Ella, la Virgen del barrio de Villajovita, nos espera siempre en su altar, con los brazos abiertos, bendiciéndonos y acompañándonos en  nuestras vidas. Treinta años igual, y para toda la eternidad. Por tres décadas más recibiendo  nuestro amor, por seis lustros más de oraciones…. Por treinta Amarguras más.

Por treinta Amarguras más