Esta imagen ha sido extraída del archivo: Madrid 1865 LMI.jpg (Le Monde Illustré)
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«¡Lo ilustraré todo!». Vida y obra Gustave Doré.

«¡Lo ilustraré todo!». Vida y obra Gustave Doré.

Según una catalogación realizada en 1931 por Henri LeBlanc, la obra del artista francés consta de alrededor 10.000 ilustraciones y más de 500 dibujos.
 

En el mundo literario, las ilustraciones tienden a funcionar como el aderezo perfecto para un buen libro. Sirven, por un lado, para encauzar la imagen mental del lector, al que se le dota de anclajes visuales a los que asirse.


Por otro, insuflan vida a la historia, logrando así que la imaginación de quien se sumerge en la narración eche a volar.


Si además la calidad de los dibujos supera ciertos mínimos, podemos hablar de que nos encontramos ante auténticas obras de arte en negro sobre blanco.


Albert Durero, Harry Clarke o Audrey Beardsley son sólo algunos de los muchos que han cultivado el noble arte –y en ocasiones, desmerecido– de la ilustración.
No obstante, hay un nombre que por su particular trayectoria e historia personal casi constituye una categoría propia en este ámbito: El de Gustave Doré.


De Doré (Estrasburgo, 1832 – París,1883) se han vertido ríos de tinta acerca de su enorme polivalencia, destacando desde joven por una exquisita formación autodidacta en disciplinas tales como el grabado, la pintura, la escultura, etc.


Su talento innato y portentosa creatividad le iniciarían en la ilustración profesional con apenas 15 años de edad.


Por entonces, se encontraba de viaje con sus padres en París donde, tras fingir una enfermedad, permanecería en su habitación de hotel realizando una gran cantidad de bocetos como pasatiempo.


Estos últimos acabarían en las manos del editor Charles Philipon, quien mandaría a realizar inmediatamente un contrato que pusiera en nómina al joven Doré en su periódico.


«Así es como deben hacerse las ilustraciones» fueron las únicas palabras que acertó a pronunciar Philipon tras ser testigo de los maravillosos dibujos que había elaborado el muchacho.


Aquel primer trabajo pronto pasó de ser un mero entretenimiento a convertirse en una necesidad con el fallecimiento del padre del artista.


De este modo y, para sostener económicamente a la familia, Doré optó por ampliar su participación en publicaciones trabajando como ilustrador tanto de libros de viajes como de obras literarias para numerosas casas editoriales.


Entre sus primeros encargos destaca el desempeño en los cuentos de Rebelais (1854), encomendados por el escritor Paul Lacroix y conformados por 103 dibujos.
Mención aparte merecen los grabados hechos para los relatos de Honoré de Balzac y las aventuras de Hércules. realizadas el mismo año.


Phillipon publicaría estas últimas en su diario Le Journal pour Rire junto a una pequeña nota en la que se indicaba que «Los Trabajos de Hércules fueron compuestos, dibujados y litografiados por un artista de quince años, que aprendió a dibujar sin maestro y sin estudios clásicos».


En 1861, Doré asumió la titánica tarea de retratar el Infierno de Dante Alighieri, primer tomo de La Divina Comedia. Antes que él, otros reputados pintores y grabadores como Sandro Botticelli o William Blake se habían aventurado a semejante empresa con espectaculares resultados, por lo que la labor cobraba un cariz más complicado.


No obstante, las fantásticas ilustraciones obtenidas no sólo le brindaron la posibilidad de proseguir tiempo más tarde con el Purgatorio y el Paraíso (1868), tomos restantes de la obra del florentino, sino también de extender su fama a niveles nunca antes soñados.  


Pronto editores de todas partes el mundo se interesaron por su obra y, en un momento dado, Doré comenzó a cobrar 10.000 libras esterlinas por trabajo –equivalentes a algo más de 130.000 euros actuales–.


Sin embargo, su prestigio con el grabado no fue el gusto de todos, ya que el estilo realista tan característico del autor, manifestado en obras como London: The Pilgrimage (1872), donde se exhibían los aspectos más sórdidos y lúgubres en las calles de Londres, no fue bien recibido por el público británico.


En aquellos años, el Act Journal, la publicación artística más importante del momento tildó a Doré de «fantasioso» y la revista Westminster Review también hizo lo propio.


Así mismo, el reconocimiento de sus grabados sería inversamente proporcional al de las pinturas que elaboraba, las cuales acabarían, irónicamente, expuestas en el museo londinense conocido como Dore’s Gallery, inaugurado en el año 1868.


Un dato no muy extendido sobre el artista francés es el amor que este profesaba por nuestro país. Durante la década de los 50 y 60 del siglo XIX realizó una serie de viajes a España con el fin de recabar datos para algunas obras menores entre las que se cuentan Viaje a los Pirineos, de Hippolyte Taine o el conjunto de litografías tituladas Corridas de Toros (1860).


Enamorado de nuestra cultura, trabaría amistad con pintores patrios como Raimundo Madrazo o Mariano Fortuny para, finalmente, acabar ilustrando El Quijote, obra culmen de la literatura española. Los preciosistas grabados de Doré sentarían la visión contemporánea que los lectores de todo el mundo tienen de la obra más señera de Cervantes.


Además, según la catalogación que realizó el historiador Henri Leblanc en 1931, la obra del artista se cifra en 9850 ilustraciones, 68 títulos de música, 5 carteles, 51 litografías originales, 526 dibujos, 283 acuarelas, 133 pinturas y 45 esculturas.


Esto convierte a Doré no sólo en un artista sumamente prolífico, sino en uno de los más notables ejemplos de pasión por dar sentido a la literatura desde su propia y talentosa impronta.


En una ocasión, el francés dijo «¡Lo ilustraré todo!»: y cerca estuvo ciertamente de conseguirlo.

«¡Lo ilustraré todo!». Vida y obra Gustave Doré.