EL REGALO DE MAMÁ
EL REGALO DE MAMÁ

Las bacterias que mamá me regaló

Las bacterias que mamá me regaló

El color de nuestros ojos, la altura, la forma de nuestra nariz… todos estos caracteres los heredamos de mamá y papá en igual medida, pero es mamá la que nos brinda una herencia en exclusiva,  consecuencia de los nueve meses que pasamos en la placenta: una rica comunidad de microorganismos.

Hasta hace poco, se creía que era el momento del alumbramiento cuando conocíamos por primera vez a esos microorganismos compañeros de vida. Se pensaba que la placenta era un medio estéril, en el que ningún organismo osaba cohabitarlo con nosotros. Sin embargo, recientes estudios han demostrados que ya en la placenta estamos en contactos con diferentes grupos de microorganismos: bacterias, virus, hongos… La composición de este conjunto va a variar mucho según como hayamos nacido (cesárea o parto natural), la dieta que tuvimos en los primeros momentos de nuestra vida, la toma de fármacos, el ambiente en el que vivimos y crecimos…

Los bebés que nacen por cesárea son colonizados por bacterias que habitan en la vagina materna y, por su parte, aquellos que nacen por cesárea reciben estas primeras bacterias de la piel de la madre. La diferencia entre estos grupos de organismos es tal que los niños nacidos por cesárea son más propensos a sufrir infecciones en los primeros momentos de su vida, e incluso a desarrollar alergias o asma en los años siguientes.

La importancia que tiene que estos seres microscópicos colonicen nuestro cuerpo es inmesurable. En los últimos años, se ha comprobado como existe una importante interacción entre la microbiota de nuestro organismo con diferentes patologías que van desde el cáncer hasta el autismo. Incluso, se ha demostrado como la depresión o los trastornos de ansiedad se ven condicionados por la comunidad microbiana que reside en nuestro aparato digestivo. Por ello, para darle el lugar que le pertenece se habla ya del segundo cerebro para hacer referencia a nuestro aparato digestivo

El saber popular vuelve a demostrar su acierto, “somos lo que comemos”, cobra sentido ahora más que nunca. Aquello que comemos influye directamente en la composición de la microbiota intestinal, así se conoce que  una alimentación rica en fibra favorece la diversidad bacteriana, mientras que una alimentación basada en carnes rojas altera la composición de esta comunidad y favorece el desarrollo de enfermedades cardiovasculares.  Esto ocurre desde la primera leche que tomamos, pues aquellos bebés alimentados con leche materna presentan un menor número de cólicos y diarreas que los alimentados con fórmulas preparadas. La razón a esto la encontramos en las bacterias que pasan desde la madre al bebé a través de la leche y, además, a la existencia de unas moléculas presentes en la leche materna que favorecen a las bacterias intestinales beneficiosas (aquellas que ayudan a la digestión de la leche y a la asimilación de nutrientes) y evitan que aquellas perjudiciales se fijen a la mucosa de los intestinos.

A lo largo de nuestra vida, nuestra microbiota cambia como  un ente vivo que se transforma. Estamos expuestos continuamente a microorganismos diferentes: de mascotas, de quienes nos rodean, de los lugares que visitamos y habitamos… Pero aún así, todos tenemos una comunidad bacteriana propia que al igual que nuestro ADN es única y nos identifica, y es más parecida a la de aquellos con quienes convivimos.

Las bacterias que mamá me regaló